Soñé y, al hacerlo, pensé que estaba en otro país, otro espacio. Al entrar por aquella puerta, vi un niño que prestaba atención mientras le hablaba la maestra. Por la mente de aquel pequeño, y sus compañeros, sólo había hambre de conocimiento; su estómago no interrumpía su deseo de estar en aquella aula.

Y la maestra, con esa sonrisa que hacía más placentera la docencia, enseñaba con amor y sin la preocupación que genera el tener que rendir el dinero de la quincena, para cumplir con la noble tarea de educarnos.

Aquel lugar estaba limpio. Todos los niños lucían los mismos atuendos y a ninguno le faltó butaca, cuaderno o libro.

Pero fue un sueño. De esos que no quieres que termine y que se hagan realidad.

Sé que lo lograremos; haremos entender a nuestros políticos, a los que cada cuatro años elegimos, que el país exige el cuatro por ciento, que por ley nos corresponde para nuestra educación, no para lujos ni fabulosos viajes para hablar de progreso.

No es una petición, señor Presidente y señores congresistas, es una exigencia.

Ya estoy cansada de soñar y, al despertar, golpearme con la dura realidad de tener que suplicar por un mísero cumplimiento de la ley, que nuestros gobernantes sólo quieren manejar a su conveniencia.

“A Leonel que se deje de cuento y que suelte el 4%”, como dice el son por la Educación.

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