Se levanta bien temprano todos los días. Sin importar si es feriado o fin de semana. La Doña, como algunos le llaman, sale con dos barras de jabón de cuaba y una funda con varias libras de detergente, para lavar la ropa de la gente que vive arriba, a 80 escalones de distancia de su vivienda. 

Cuando no consigue “clientela” fuera del conglomerado de casuchas cerca de la cañada, La Doña convence a sus vecinos más cercanos para que le dejen lavar y planchar un par de piezas, por las que cobra entre 100 y 200 pesos, cuando es mucha ropa.


Ella no tiene hijos pequeños, pero su estado de salud y la de su esposo le obligan a consumir casi todos los medicamentos de la “botica popular”, como dice con su ingenua sonrisa, los que a veces no puede costear.
“Siempre hay para comer, eso no debe faltar”, sin embargo, cuando no llega la energía eléctrica en el día para lavar, se ve obligada a esperar hasta el día siguiente para alimentarse, aunque en la parte alta del barrio, los miembros de comités de campaña reparten cajas con productos a sus familiares, poco acostumbrados a la “pica pica” y la harina de maíz.

Esta semana, una persona extraña visitó el barrio donde vive La Doña, anunciando a todos que dentro de poco no tendrán luz si no la pagan. Sus viviendas, con todo y el desorden de alambres mal instalados, tendrán contadores. Ella, al escuchar tal anuncio, se pregunta “y por qué no vendrán también a decirle a uno que pronto todos tendrán trabajo y comida”, a lo que yo agrego: educación, salud, condiciones de vidas más dignas, y aquí detengo la lista. 

En la parte alta, pocas veces nos enteramos de lo que pasa a 80 escalones más debajo. Pretendemos ignorar la pobreza extrema que, si bien es cierto, se ha vuelto algo cultural, también es reflejo de la falta de educación de nuestro país.

Si usted quiere saber si hace falta realmente invertir más en educación, baje 80 escalones más abajo y verá, que más que numeritos al pueblo le hace falta equilibrio. Pero no ese que se pretende imponer con el pago de la tarifa eléctrica, en la que hasta los que no tienen ni para comer deben costear la energía más cara de la región, sino el que se obtiene cuando los funcionarios no desvían las riquezas del pueblo para decorar sus fincas.