Pero y ¿cuándo fue que pasó?, ahora soy feliz de otro modo, disfruto el contacto con otras almas nobles, respiro y me gusta cuando lo hago. Mi memoria es un mundo que exploro todos los días y sonrío.

Cierro los ojos, ¡cuantos pensamientos bellos llegan!. Aquella canción de la luna que entonamos, con gallos incluidos, camino a casa. Los chistes de mi abuela, mientras su mano me toca la frente.

No puedo describirles el lugar donde nací, pero mis padres dicen que vivían en una habitación en Herrera, Santo Domingo Oeste.

Lo que sí recuerdo es en el lugar donde pasé ocho años de mi niñez, en Bayona. Era una vivienda de blog y zinc, separada por cortinas largas color crema, con un patio grande cubierto por los tamarindos y el buen pan.

Me recuerdo brincando como hasta los 12 años, camino al colmado donde mi madre evitaba mandarme y con mis moñitos y pantalones largos, por los mosquitos.

En todo ese tiempo fui feliz, como ahora, junto a grandes almas a quienes llamo “amigos”. Y es que cada vez que viene a mí algún recuerdo no dejo de reir de la felicidad.

Teresita y los juegos en el patio de los mangos de tía teresa y tío Juan. Cuantas carreras supervisé, porque, como la mayor, preferí siempre ser árbitro del grupo de chiquitines que eran y son mis amigos.

Los yun que se armaban en las calles de Naty y doña Pascuala, los aguinaldos de la iglesia y las playitas de fin de semana con los Disla. !Cuanta energía!.

Así podía seguir contabilizando mis buenos amigos y mis bellos días, donde fui feliz, pero hoy mi alegría es recordar y añorar aquellos días: felices.

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