Busco en mi memoria la primera vez que le tuve miedo a una cucaracha (wacala! ni decir su nombre quiero), pero hasta pesadillas he tenido con ella.

Me considero una miedosa. Lo he asumido desde siempre. Puedo sentir mi corazón cuando se quiere salir al momento en que alquien me asusta, cuando estoy tarde para llegar a un lugar, cuando se que me van a regañar, cuando se que he ofendido un amigo o amiga, en fin, siempre. Y ayer recordé un momento, uno de los más felices en estos últimos años, que pudo ser más memorable si no hubiera andado con tanto miedo a que me atracaran.

De la mano de una de esas “ilusiones” que llegan para alegrarte la vida, recorría la zona más bella y romántica de la ciudad. La brisa me desarreglaba el pelo, cuyo lavado me costó en aquel momento más de lo que podía pagar, pero no me importó tanto como tener que pasar por esos lugares oscuros y solitarios.

Sin embargo, no podía quitar esa tonta cara de alegría, por la grata compañía y el maravilloso momento, mientras caminaba sabiendo el riesgo que corría.

“Me lancé sabiendo que iba a perder, y jamás le tuve miedo a perder”, parte de la linda canción que interpreta Ana Belén y que describe muy bien lo único a lo que no le temo “a arriesgarme”, pues aunque supe lo peligroso de mi travesía en aquel lugar, seguí caminando y disfruto al recordarlo.

Aún así, se que debo liberarme de esta cárcel llamada miedo, que hace que desconfíe de todos y de casi todo, en especial de los policías.

-Pero, cómo Mariú. Es que no te das cuenta del peligro que hay en la calle, siempre hay alguien al acecho. Y qué decir del peligro de confiar en las personas, son capaces de usar la máscara del engaño y hacerte daño.

-Conciencia, dejanos tener al menos la ilusión de no sufrir de ansiedad tan joven, de tener el valor para enfrentar los peligros de la vida. Con miedo no lograré nada.

-Bueno, tu eres que sabes. Te lo dije, no vengas llorando después.