Pretendía escribir un simple comentario en mi muro de Facebook, pero no bastaría para lo que pretendo contar.

En la vida, nos esforzamos mucho para lograr ciertos caprichos, deseos, sueños, metas, como le queramos llamar. Es cierto que si no luchamos por las cosas que queremos, es imposible alcanzarlas, al menos no al tiempo previsto.

Sin embargo, cuando nuestras técnicas no funcionan, cuando pensamos que nos faltará la respiración para aguantar las lágrimas tras una decepción, es justo ahí cuando debemos detenernos, olvidar y volver a empezar de nuevo, seguir adelante.

Debemos evitar forzar el destino, hay que detenerse y respirar, sólo por un momento, eso basta.
Hoy lo hice. Me detuve por un momento y respiré. Lo hice por mi abuela, sí, por ella. Me enseñó lo más importante de esta vida… ¡Vivir!

Me contaba esa graciosa historia y volví a preguntarle lo mismo: ¿Cómo se llamaba el perro Mamá? ¿A dónde quién lo mandaba con el papelito?

Ella, por sus casi 83 años, olvidó hoy algunos detalles, pero luego los recordó… Buen Amigo, ese era el nombre de aquel gracioso perro con el que mandaba notas a la casa de una vecina en unos potreros, en Cubana, cerca de Doña Ana, San Cristóbal, me cuenta. 

“Buen Amigo, váyase donde Marcimina, y él iba con el papelito que decía que Águeda estaba enferma”, me contó otra vez. Su perro regresaba a veces con el encargo del día “un chin de sal, una persona con algún jarabe…”, y mi abuela era feliz, él era un ser al que respetaba y educaba con mucho amor, como lo ha hecho con sus hijos, nietos y bisnietos. “Buen Amigo nunca se comió nada que no le dieran”, me dijo con toda la seguridad del mundo esta tarde de sábado.

Mamá Águeda, Mamá Ñao (por los tantos gatos que tenía cuando yo era una niña), mi abuelita. Ella siempre ha sido una mujer sencilla, yo pretendo ser como ella alguna vez. Ella disfruta de las cosas simples de la vida y no le teme al futuro, se aferra a su presente. 

Hace poco sufrió varios episodios de trombosis, quedó inmóvil de un lado del cuerpo, pero ya está bien, camina y hoy hasta cocinóJ. Ella respira cada día, de a poco, para no caer en la desesperación, pues la vida, como ahora lo veo, son precisamente esos momentos en que nos detenemos, olvidamos y volvemos a empezar.